El hombre, de 68 años, bien vestido y con modales exquisitos, no probaba bocado ni bebía. Sólo se movía, y con cuidado, para ir al baño del avión. Al rato volvía y de la misma manera que estaba minutos antes se sentaba, estirado, sin cruzar las piernas, evitando cualquier postura que le presionara el vientre. En ese estado viajó más de 8,000 kilómetros, desde Bogotá a Madrid. Y la azafata, entrenada en vuelos sospechosos, los venidos de Sudamérica con pasajeros cargados de drogas, comenzó a sospechar. No se equivocaba. El elegante turista del asiento 32 era un bolero. De los que aceptan el encargo a la desesperada tarea, con tal de salir de deudas por la vía rápida. Y para eso Robert había hecho de su intestino una despensa de cocaína. Se tragó nada menos que 97 bolas o globitos de coca, 1,455 gramos. Las había recubierto, una a una, con trozos de preservativos atados con hilo dental.
