M. Sánchez Vargas. Hasta ahora nadie puede negar que es una vergüenza para el hombre que una mujer lo maneje, que no solamente sea su presidenta, su jefa en proyectos u oficinas, sino que para rematar, lo complete la esposa o la querida en la casa que él sostiene. Haber, cómo en casos similares, que la mujer es la que gane más, la rica que mande por el hecho de su poder económico o de su misma posición, cómo la sociedad se ríe de él. De ahí los casos donde son hostigadas, asesinadas y a veces con oposiciones en sus contras, las toman de las orejitas para denunciarlas, hasta obligar a autoridades más altas, a que se las quiten de su camino: es que es el uso de costumbres, que todavía no entramos en serio, que tanta capacidad tiene el macho, que la hembra o acaso, ha visto usted que alguien hecha autoridad ¿tenga que dejar el puesto por atenderse de un parto?
No, si los límites y tiempos condicionales, son constitucionales: o se amachinan, aparentándolo desde luego y cuando quieran volver a ser madres, deben dedicar su tiempo y volver si quieren, pero ya preparadas a tener carácter, no sentimientos.
De ahí que la muerte de políticas como la edilesa de Chenalhó, Chiap., y tantos casos que nomás quedan en lamentos, sirven de tantos, a la hora de formar encuestas, pero la verdad es que nadie de hombre, quiere que una mujer sea más que él, pese a que se demuestre ante todo mundo que en la mujer, hay más orden, menos corrupción, hasta menos religión, porque eso no sirve para la demostración en la rigidez de su mando.
De tal manera que el maternalismo, que existió en alguna o varias veces, cambió, aunque se oiga mal, por el machismo ahora disimulado.
Aunque algunas veces, por nuestra misma comprensión o incapacidad, no faltan hombres que las hagan entender con una dos o tres cachetadas “guajoloteras”.
Por todo lo anterior los mensajes que se dan en un matrimonio, es la comunicación y la comprensión e inmediatamente si lo brusco salta, qué es lo que hace una liebre cuando descubre que quieren hacer lo mismo con ella…
