Con trajes tradicionales y al ritmo de banda, se visten las calles de la capital michoacana, es el fervor que provoca la Virgen de Guadalupe, a vísperas de su día, la fiesta inunda el Templo de San Diego, el santuario predilecto para rendirle veneración.
Ni el frío que cala hasta los huesos, ni la lluvia que parece hacer triste la noche, han provocado que niños, mujeres y ancianos, salgan a las calles en peregrinación, su fe y la creencia a la que también llaman Lupita es más fuerte.
Hoy las calles están cerradas pero por una fiesta desbordada, por miles de personas que agradecidas van y acuden al templo de San Diego, algunas incluso hincadas, otras más caminando o en sillas de ruedas no se han olvidado que es la víspera del día de la Virgen de Guadalupe, para algunos católicos la madre de todos los mexicanos.
La calzada San Diego, es el lugar para pagar mandas, es el sitio para que muchas personas en su fe le paguen a la virgen, los favores recibidos, sin importar las condiciones, algunos de ellos afirman que recibieron salud, otros más dinero en tiempos difíciles y este año hay un gran número de madres que piden por sus hijos, los descarriados.
En las calles hoy hay muchas Lupitas y San Diegos, aquel humilde indígena que nos recuerda nuestras raíces, el elegido según la religión para que se le apareciera, aquella imagen que ha estado en los corazones de los mexicanos durante más de 500 años.
Morelia, la ciudad colonial de la cantera rosa, durante muchos años ha sido el sitio también para rendir veneración, para que personas acudan en peregrinación desde comunidades alejadas, ahí en donde los Gobiernos parecen olvidarse de que existen, para ellos aquella imagen nunca los ha abandonado.
El fervor lo muestran con cantos, donde enfatizan que ella es la madre de los mexicanos, que es quien nos cuida, la madre de Dios, la mujer preñada a punto de dar a luz parada en la luna y un ángel, la de tez morena.
Los niños son inculcados por sus padres, algunos cansados de caminar llegan al templo de San Diego, serán beneficiados al término del rosario de una bolsa de cañas, el incentivo suficiente para rezar.