Reflexiones

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Reflexiones

La espiral de barbarie que representan los más de 100 mil asesinatos registrados en México en el sexenio del presidente Felipe Calderón confirma el fracaso terrible de la estrategia militar establecida por el mandatario. Una ignominia.

En esta bien calificada espiral de brutalidad, la prosperidad sin igual de los mercados de estupefacientes y la venta ilimitada de armas alimenta directamente la violencia mexicana. Ello pone entre dicho el optimismo mostrado por el mandatario en sus alocuciones públicas.

Así, tenemos que el presidente Felipe Calderón, sin asomo de autocrítica, se felicita por los resultados de la guerra de gran envergadura entablada desde el comienzo de su mandato contra el crimen organizado y los narcotraficantes.

Ni la debacle de su partido le conmueve.

En su respuesta a quienes expresan su inquietud por el avance vertiginoso de la inseguridad en el país, Calderón dice: Si ustedes ven la polvareda, es porque estamos limpiando la casa. Esta clínica, con base en la tendencia registrada en estos días, se estima en más de 120 mil el número de homicidios durante el mandato de Calderón. O sea, más del doble de la cifra oficial, de por sí de locura, de 50 mil.

Esta hecatombe constituye el conflicto más mortífero del planeta en el curso de los últimos años. Es peor que la guerra actual en Siria. Más allá del número de muertos ligados a la lucha contra las drogas, se desarrollan verdaderas industrias del secuestro, la extorsión económica, la prostitución, el tráfico de personas y de órganos. La carta de homicidios demuestra que éstos no se limitan a las regiones de fuerte implantación de bandas, sino que se dan sobre todo el territorio.

Desde afuera ven que en México se han acabado todos los tabúes sobre el respeto a la persona humana. Se colige entonces que el presidente Calderón no tiene de que ufanarse y, por supuesto, más bien debiera llenarse de vergüenza. Es inútil esperar que pidiera perdón a su humanista partido, Acción Nacional.

Por fin, termina el sexenio caracterizado por la guerra al crimen organizado que dejó ensangrentado nuevamente el campo y las ciudades en el país, comentan los pensadores más sensibles, sensitivos, de la Patria. Mientras, los familiares en ocasiones sólo expresan soledad y dolor consecuentemente; en otras se observan diversas formas para mitigar la angustia: alcohol, música, negación, deseo de venganza.

Hoy prevalece inconmovible el sentimiento de muerte y, por más intentos que se hagan por eludirla, subsistirá. El destino de los hijos huérfanos de las jóvenes víctimas de la guerra es la neurosis traumática de difícil o imposible elaboración, sin curación.

El presidente Felipe Calderón, sin asomo de sinceridad, vino de visita y dijo estar muy dolido por los profundos problemas que enfrenta Michoacán, su estado natal, y que para hacerles frente se requiere de autoridad, legalidad y determinación. Habla como si los resultados respaldasen su vana palabrería: No se valdría dejar solo a Michoacán con sus problemas y con la delincuencia que lo asuela. Con esto, sin proponérselo, manifiesta su fracaso.

Al estado le habría ido mejor sin él, reflexiono.

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