MSV.- Ojalá y usted nunca haya tenido un motivo de impotencia, para que sólo le haya quedado el recurso de acudir a sus creencias, que parece ser lo que le pasó a la Presidenta Municipal de la Ciudad de Monterrey, para empezarle a abrir las puertas a la ampliación que va teniendo la Iglesia Católica sin querer queriendo, más por las condiciones de inseguridad en que estamos viviendo, que por cometer torpezas como lo hizo Fox al principio de su mandato, que en lugar de reconocer a Juárez, ponía a Madero, que la presión de la masonería en pocas semanas lo puso en su sitio y lo hizo rectificar.
Por el escándalo que ayer causó la alcaldesa de la ciudad regiomontana, en su intimidad muchos de la misma lid, que han sido objeto de sujeción por intereses criminales, que al ver perjudicada a su familia para presionarlos, a poco, si con lo que hizo ayer esa mujer de Monterrey, se pudiera regresar a la tranquilidad, ustedes creen que no se atreverían a ¿a hacer lo mismo que hizo ella? si lo que les ha pasado, ha sido como el palo dado, que ni Dios lo quita, pero que dentro de su espiritualidad, eso, lo de Monterrey, no solamente causa alivio a perjudicados, sino al ambiente ya enfermo de tanta incomodidad en que se encuentran lugares desesperados por ver que contra los que incomodan a sociedades, nadie puede detenerlos.
Aunque claro, a esa decisión tolerada por ser mujer, le faltó lo que ejerce como política, el cómo, porque el por qué ya todo se sabe, como también que su participación, que fue claramente para bañarse de simpatías que por casos de sangre sucede, que igual es como el que muere a pesar de ser maloso, no se le desee un buen adiós para su eternidad, o como dijo ayer Fox, Cristo nos enseñó a perdonar al ladrón, como también se entiende que al que por algo u orden superior le ordenan que mate.
Si esa mujer ha dicho que condolida de tantos casos en Monterrey, que como mujer abatida de tantos dolores causados -no como autoridad-, se unía al dolor de todos los que han sufrido algún percance de criminales, que públicamente acudía a Dios, a Cristo y todos sus intercesores, a ponerle en sus manos a la ciudad, que urgida está de volver a la paz y a la tranquilidad.
De ese modo, ni tiende alfombra a la Iglesia Católica, ni desvanece el valor constitucional de la laicicidad en que deben tener los gobiernos.