Reflexiones: Niños pobres y opulencia (2)

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Reflexiones: Niños pobres y opulencia (2)

La esclavitud y miseria de miles de niños constituyen una violación grave de sus derechos, además de que representa un obstáculo al logro de objetivos nacionales e internacionales de desarrollo. La realidad objetiva escapa a los esfuerzos de la comunidad internacional para impedir esta explotación. Gobierno y empresarios la favorecen. Sobra información.

El problema afecta todas las regiones del mundo. Los trabajos infantiles incluyen tareas como cocinar, limpiar, jardinería, cuidado de otros menores o personas mayores, muchas veces en condiciones deplorables. Se puede observar a niños vendiendo ropa usada sobre la avenida Hidalgo del Centro Histórico de la ciudad de México.

En forma insistente, la OIT llama a los gobiernos del mundo a abolir dichas prácticas y a facilitar la protección de los niños afectados. No sólo trabajan a puertas cerradas en casa de sus empleadores, sino que las sociedades no ven de qué trabajan. Esos niños suelen vivir además aislados de sus familias y en una relación de dependencia de sus empleadores, quienes muchas veces no les pagan o los discriminan, y eso también los hace víctimas de diversos tipos de violencia.

En Los Ángeles, California, Estados Unidos, el trabajo infantil en el sector agrícola de ese estado es un submundo de explotación de patrones y hasta de las propias familias de los menores en su gran mayoría mexicanos de origen humilde. Este sector enfrenta un panorama que podría ser reflejo de tiempos de varios siglos atrás.

Es común que los padres los saquen de la escuela o los hagan trabajar en el verano y hasta cobren por ellos para no tener problemas, lo que redunda en beneplácito de patrones y mayordomos que han visto disminuida la nómina de su planta laboral en campos agrícolas.

Los especialistas lo dicen, denuncian, sin eufemismos. Casi 48 millones de niños trabajan en condiciones de riesgo, insalubres e indignas. Son niños “invisibles”: muchos no están ni matriculados en colegios ni son empleados oficialmente.

Los propios campesinos organizados de México se pronuncian por erradicar el trabajo infantil de los campos agrícolas. Ellos saben que la mayoría de los menores de edad que laboran en los campos agrícolas de Sonora, Sinaloa, Baja California son originarios de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Hidalgo, San Luis Potosí. Son menores de 10 años que ayudan a complementar el gasto familiar, y trabajan hasta 12 horas diarias.

Las organizaciones civiles también lo saben: 30 de cada 100 niños laboran en el sector agrícola. Guerrero, Oaxaca y Chiapas son los estados donde el trabajo infantil tiene mayor presencia; sin embargo, ésta también es visible en entidades del norte en los campos agrícolas que dirigen las grandes agroindustrias.

La Secretaría de Trabajo y Previsión Social tiene información puntual: de 3 millones de niños que trabajan, 65 por ciento lo hacen en actividades agropecuarias, 20 por ciento en el sector de servicios y 15 por ciento en labores artesanales o industriales. El 30 por ciento son menores de 14 años y 31 por ciento lo hacen por más de 35 horas a la semana. Pero son invisibles para los gobernantes.

El trabajo infantil es una realidad vergonzosa para la sociedad, afirman los que saben. Es lamentable que, ante la necesidad económica, las familias campesinas consideren normal, elemental, básico, privar a los menores de la educación para que ayuden al sustento del hogar. La letra no entra cuando se tiene hambre, dice una canción popular, y primero es comer que ser cristiano. Esas familias no podrían ser condenadas, pero los responsables sí que deberían rendir cuentas.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en México considera que para el gobierno debe ser una prioridad erradicar el trabajo agrícola infantil. Es una lástima que las autoridades sean las únicas que no “saben” y que, por lo tanto, no hagan nada, pero nada. Bueno, sí, puros decretos a los que nadie hace caso.

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