Del dicho tradicional de que si la agricultura fuera negocio, ya estaría en manos de los judíos, pero como es al revés, pocos y solamente los que gozan de los secretos de abolencia, de que qué día y a qué hora, debe sembrarse, que hay un choque entre las formas de vivir o hacer dinero, porque a los judíos solamente les gustan los billetes, no andar entre la tierra haciéndose pedazos los huaraches que forzosamente deben de usar para sentir si la humectación donde hacen caer la semilla, tiene la temperatura para que germine.
También se agrega a la serie de pregunta, que qué bueno fuera que las tierras produjeran, porque de esa manera no hubiera tanta concentración en pueblo y ciudades y gente que emigra a buscar dinero para su familia, aún a sabiendas que al lugar donde se va, se trabaja, no van a andar colendo a candidatos electorales para estar dentro de la esperanza de que si ganan, tendrán posibilidades de obtener algún trabajo.
Las “resultas” son que las pocas extensiones que más o menos pagan a esa clase de trabajadores, es donde la producción es la que no se da con abundancia en otros países y se tiene demanda de ellos, no como nuestro maíz, que es lo tradicional de nuestra patria, no se siembra porque es más lo que se invierte, que lo que se saca.
Nuestra producción de maíz, ha sido como la artesanía del país, que queda muy atrás de la forma serial con que otros territorios lo hacen, de tal manera que resulta mucho más barato importar, que producir, tal como nos pasa por la falta de técnica en otros productos, como lo decía Anaya Gudiño, que si compraba en América los componentes para producir su fertilizante, era similar al precio con que se distribuye en los Estados Unidos, que se obligaba a traerlo por vía marítima de Rusia, que se lo vendía a dos pesos el kilo, cuando empezó adquiriéndolo a más de treinta y cinco pesos.