* El francés no escondió la frustración y ni recogió medalla.
André-Pierre Gignac abandonaba enfurecido la cancha, donde el resto de sus compañeros esperaban sentados y cabizbajos la premiación. Justo en ese momento, la Monumental azulcrema desplegaba un mosaico japonés.
No pudo ser más contrastante el festejo del América con la tristeza en Tigres esa noche de Final de Concachampions. Porque terminó el partido y tras los primeros abrazos las Águilas formaron un círculo e hincados rezaron ante los aplausos de la afición que en su mayoría esperó hasta que su equipo levantó el trofeo entre una lluvia de papeles amarillos.
Entre brincos y banderas paraguayas o argentinas por los foráneos del América, la espera para levantar el trofeo también fue festiva porque Hugo González ganó el Guante de Oro y Rubens Sambueza la Bota de Oro.
En cambio, cuando la afición visitante ya había sido desalojada de la esquina superior del Azteca, los felinos pasaron por sus medallas entre una gran rechifla con Gignac como el único ausente porque no volvió del vestidor.
Más bien fue el primero en abandonarlo para dirigirse todavía enfurecido al autobús. Así cruzó todo el túnel de salida sin atender las peticiones de entrevista.
Todo eso sucedía mientras los americanistas aún festejaban sobre el césped con sus familias, ante ya no un mosaico japonés porque la “Monu” lo había cambiado por una gran manta con la leyenda “El Gigante de CONCACAF”.
Porque si faltaban contrastes, las Águilas obtuvieron el séptimo título de clubes de la Confederación, superando a Cruz Azul, al tiempo que Tigres se quedó con las ganas de festejar el primero de este tipo.