Saludo con respeto a los integrantes de este presídium y agradezco la asistencia de todos los presentes.
Es un honor para mí recordar desde la cuna ideológica de la independencia nacional, la gesta heroica, base de nuestra libertad y con ella la valía de uno de sus iniciadores Don Miguel Hidalgo y Costilla.
Aunque son pocas las referencias de discursos y comunicaciones que conocemos del «Padre de la Patria», más allá de una mera descripción biográfica, nos adentraremos en su pensamiento, en su persona y así trataremos de entender su ideología.
En junio de 1765 el joven Miguel Hidalgo y su hermano José Joaquín ingresaron al Colegio de San Nicolás, entonces de San Nicolás Obispo, donde por su astucia, inteligencia y gran dedicación fue apodado «El Zorro».
Estudió letras latinas, leyó a autores clásicos como Cicerón y Ovidio, a San Jerónimo y Virgilio. Cuando cumplió 17 años ya era maestro de filosofía y teología. Aprendió francés y leyó a Molière, a quien años más tarde representaría en las jornadas teatrales de la parroquia de Dolores. Entendía además varias lenguas indígenas, principalmente náhuatl, purépecha y ñañú (otomí). Fue catedrático, tesorero y rector de su alma mater.
Hidalgo supo rodearse de grandes talentos a quienes, gracias a su formación en el humanismo nicolaita, influyó de manera determinante en el cultivo del conocimiento y del compromiso social.
Entre estos grandes hombres y mujeres destacan Aldama y Allende, quienes aportaron su destreza militar a los primeros momentos del movimiento insurgente y, por supuesto, Don José María Morelos en quien Hidalgo reconoció al gran estratega militar, a la conciencia social que dotaría a la insurgencia de un contenido mucho más profundo. Morelos supo recoger las principales ideas de Hidalgo y darles forma con ayuda de otros como Don Ignacio López Rayón, que como su secretario heredó el pensamiento político de Hidalgo decantado después en el texto fundacional Elementos Constitucionales, presentado en la Suprema Junta nacional Americana en Zitácuaro, Michoacán.
En las ideas y los proyectos de los insurgentes, encontramos como común denominador la fuerte personalidad de Hidalgo, la impronta que su ideario marcó a todos los que participaron en la emancipación de nuestro país. Cada uno de los insurgentes, desde sus propios saberes, con su peculiar origen y destino, tiene como referencia al cura que un 16 de septiembre como hoy, dio el primer grito libertario de México, para convocar a terminar con la opresión. Así, el cura Hidalgo es la potente fuerza centrífuga del movimiento, el origen y el retorno del mismo; la inspiración y la realidad.
Don Miguel no pudo ver concluida su obra. Pocos de quienes inician una tarea de esta magnitud llegan a disfrutar las mieles del triunfo. Sin embargo, el pensamiento de Hidalgo fue el hilo conductor que llegó hasta Guerrero e Iturbide, y hoy día sigue presente en el devenir constitucional de nuestro país, cobrando cada día mayor vigencia.
El ideario y liderazgo de Hidalgo fue forjado con estudio y dedicación, no fue un flautista de Hamelin que arrastraba multitudes. Fue un líder producto de la mejor educación de su tiempo, un cerebro cultivado, y un hombre con una sensibilidad especial, no sólo hacia los autores europeos y americanos de la época, sino también hacia los indígenas y los mestizos. Las lecturas del Zorro no sólo fueron los ilustrados racionalistas, Hidalgo no se conformó con el solaz de las ideas de la intelectualidad, tantas veces lejana de la realidad social; supo también acercarse a otras formas de ver el mundo, conoció y reconoció la sabiduría popular, aquella que resulta de la experiencia viva, que sin artificios cientificistas da forma a la cosas comunes y a las trascendentes. De la mano de autores como Molière, a quien tradujo magistralmente del francés, el Zorro reconoció la sabiduría del pueblo.
Los hombres con vocación de docencia saben que la verdadera trascendencia se alcanza a través de los alumnos, qué mejor reflejo de la trascendencia del cura de Dolores que ver reflejada su impronta en Los Sentimientos de la Nación. En este documento, primigenio germen del constitucionalismo mexicano, Morelos retoma el ideario del Zorro, destacando que el presupuesto básico de la democracia es la equidad, todos somos iguales ante la ley, sólo nos distingue la virtud o el vicio de nuestras acciones.
Para alcanzar la equidad dice el cura de Carácuaro se deben moderar la opulencia y la indigencia.
Y la mejor manera de moderarlas será que el hijo del labrador reciba tan buena educación como la del hijo del más rico hacendado, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento.
Para Morelos legislador, las leyes no sólo deben ser dictadas por los más sabios sino que deben ser superiores a todo hombre.
Estos son ideales con vigencia total en nuestros días.
Si los hombres pueden ser conocidos por sus gustos literarios, la biblioteca del “Padre de la Patria” no deja dudas sobre su visión del mundo. Esa fuerte personalidad aunada al conocimiento cultivado convirtieron a Don Miguel Hidalgo en un personaje irresistible, en un magneto capaz de atraer las más diversas manifestaciones de la sociedad y capaz, como solamente él pudo hacerlo, de iniciar el movimiento que nos dio patria.
Hidalgo defendió, por sobre todas las cosas la libertad del hombre. Su primer decreto de abolición de la esclavitud, que vio la luz en esta nuestra ciudad, aún antes de la proclama de la ciudad de Guadalajara, fue sólo el inicio de una lucha por la igualdad y la equidad, una lucha que, desafortunadamente, no ha concluido.
La libertad no se conquista por decreto, ni por ley máxima de los hombres. La libertad es un principio que se construye sobre la base del disfrute de los mínimos derechos que permitan al ser humano contar con alternativas y gozar por completo de la autodeterminación de su persona.
La verdadera libertad requiere opciones, alternativas, pero también exige conocimiento y responsabilidad en la toma de decisiones. No podemos hablar de libertad sin educación, libertad sin empleo, libertad sin seguridad, o libertad sin responsabilidad.
La libertad que pensó Hidalgo no era solamente la ausencia de límites u obstáculos en el desarrollo de la vida pública. La libertad que pensó el Padre de esta Patria que hoy conocemos como México, es la libertad que da la capacidad real de elegir entre diversas opciones, la libertad que da tener nuestras necesidades básicas cubiertas, la libertad que da saber y sentir que vivimos en un país donde la justicia es más que un discurso.
La libertad sólo cobra sentido cuando se puede elegir: la condena a un único camino es equivalente al esclavismo. Los caminos, las opciones que construyen la verdadera libertad y la transforman de un discurso vacío en una realidad son sencillamente tres: la educación, la salud y el trabajo. Sin educación el hombre no es libre, como no lo es quien no tiene un trabajo digno o carece de servicios de salud.
En un México donde más de 40 millones de hombres y mujeres tienen como principal preocupación el sustento diario, donde hay millones de jóvenes en edad de estudiar que no pueden acceder a las escuelas públicas y, mucho menos, a las privadas, en un país donde nos sentimos amenazados por enemigos sin rostro pero omnipresentes en todas nuestras actividades: como la ignorancia, la inseguridad y la inequidad, los ideales detonadores del Grito de Dolores siguen latentes.
Nos hemos jactado de presumir que en Michoacán se forjó la patria, pero ahora es momento de asumir ese legado.
Las acciones que hemos emprendido en coordinación con el Gobierno de la República tienen un fin único: recuperar el bienestar de los michoacanos. Contamos con un plan en donde se enmarcan acciones y programas que buscan terminar de raíz con los problemas. Hoy la prevención es una prioridad y como gobernador reafirmo mi tesis, la educación es el medio principal que nos permitirá heredar el Michoacán de trabajo y desarrollo que merecen las presentes y futuras generaciones.
Ya lo dijo Vasconcelos: La educación nos hace libres. En el proceso educativo nos construimos como mejores personas, aprendemos no solamente las técnicas que facilitan nuestra vida, aprendemos a ser críticos, a evaluar puntos de vista, a no dejarnos engañar por charlatanes, también aprendemos valores como el respeto a la diversidad y la justicia. La educación debe instruir a nuestros jóvenes, otorgarles de herramientas para el trabajo pero sobre todo debe formar, debe educar en el sentido más amplio, debe transmitirles los valores de respeto a la diversidad de la que formamos parte y a la vez de sentido crítico y solidaridad. La educación debe otorgar lo necesario para disfrutar el mundo, admirarlo y cuidarlo. Por ello una cultura integral es la base de la verdadera educación.
En estos días, cuan necesario resulta rescatar los valores por los que lucharon los primeros insurgentes: la equidad, la justicia y el respeto. Desde las aulas podremos construir un México más libre y más justo, pero poco podemos hacer si cada día nos vemos forzados a ir estrechando poco a poco nuestras puertas, poco podemos hacer cuando vemos que los jóvenes que quedan fuera de nuestras aulas son presa fácil de modos de vivir deshonestos, poco podemos hacer cuando vemos que menos de una tercera de los mexicanos y las mexicanas en edad de estudiar tienen acceso a la educación superior, poco podremos hacer si no mantenemos las aulas abiertas.
Hoy día, nuestros jóvenes siguen esclavos del destino si no tienen acceso a la educación. Sus opciones se reducen y los enfrentan a decisiones muy difíciles. Hoy es momento de volver los ojos a Hidalgo y de lanzar otro grito libertario por la educación para todos los mexicanos. Don Miguel supo desde sus tiempos de la capacidad transformadora de la educación, por ello, junto con Morelos, buscaron abrir las puertas del mejor vehículo hacia la libertad.
La libertad es también uno de los pilares fundamentales de la democracia, ya que la misma esencia del ideal democrático está en la libertad de elegir, en la libertad de optar entre una diversidad de ideas y de planteamientos que se ofrecen a los ciudadanos. La democracia es la libertad de escoger entre distintas opciones y de construir a través de la discusión crítica, pero civil y pacífica, diversas vías para la resolución de conflictos.
Por ello, un principio ineludible en las sociedades democráticas es el aseguramiento de la libertad de pensamiento y de expresión. Pero de nuevo, un pensamiento ignorante, no puede ser un pensamiento libre porque no elige, es fácilmente manipulado, y un pensamiento hambriento tampoco elige porque es susceptible de ser comprado.
Mucho debe haber analizado Hidalgo sobre la idea de democracia, en sus lecturas, en sus tertulias intelectuales y en sus pláticas en los frentes de batalla. Y ahora, más que nunca debemos rescatar estas reflexiones, porque como bien lo han sostenido autores como Rosseau, Voltaire y Montesquieu, la democracia no puede ser un fin en sí misma, sino que es un mecanismo para alcanzar altos objetivos como la equidad y a fin de cuentas el buen vivir para todos. Porque el objetivo final del ejercicio de la libertad
y de la democracia es construir el camino hacia el bienestar de todos en la equidad y con justicia.
Si bien, estos ideales liberales de la modernidad, en su fase primigenia tuvieron un matiz individualista, es en la reconstrucción del ideario de la Independencia, inaugurado por Hidalgo, en donde encontramos el fundamento del ideal de bien común, donde el horizonte debe ser el bien de la nación como una comunidad.
Y en toda comunidad, se viven día a día, problemas complejos, que requieren análisis y aproximaciones igualmente complejos, que incluyan las ideas y el debate pluralista e incluyente. Reducir los problemas y sus soluciones a visiones simplistas y unilaterales nos lleva ineludiblemente al error y a la arbitrariedad.
La democracia debe ser entendida como el mecanismo en donde las mayorías conviven, debaten, escuchan, deliberan y respetan a las minorías. Solamente así, con la participación de la diversidad y en el pleno respeto a la diferencia de ideario y opinión, se pueden construir soluciones viables a los problemas que nos aquejan.
En el marco de un debate equitativo e incluyente se debe entender que no es atacando a quienes piensan diferente como lograremos los consensos. La confrontación debe darse entre las ideas y no entre los hombres. Es en el respeto al derecho a disentir donde encontraremos terreno fértil para la concordia y la reconciliación.
En un debate verdaderamente democrático, campea la premisa prudencial de que todas las opiniones son dignas de respeto, porque en cada una de ellas subyace algo de razón y algo de verdad; por ello no se debe descalificar a priori ningún argumento.
Es premisa bien aceptada que cada ser humano es responsable de sus acciones y que la ley debe aplicarse sin distingos, también es cierto que nadie nace con ninguna semilla de maldad en su conciencia. Hoy, cuando algunos discursos hablan de la maldad natural de los hombres, debemos reafirmar que ningún mexicano nace deseando empuñar las armas aun con los fines más nobles, todos deseamos naturalmente la paz, la concordia, la justicia. Miguel Hidalgo lo sabía bien y por ello, buscaba construir un mejor entorno para los mexicanos.
Las armas fueron el instrumento excepcional; Hidalgo se preocupó y se ocupó de construir un mejor futuro en las leyes y las políticas públicas, hoy debemos rescatar ese legado y volver al compromiso de construir nuevamente desde Michoacán, un México mejor para las futuras generaciones.
Por ello hoy, además de recordar a los héroes que nos dieron patria, debemos estar unidos gobierno y sociedad para hacer sonar las campanas de Dolores todos los días para exigir la abolición de la esclavitud que traen consigo la ignorancia, la inequidad y la inseguridad, debemos exigir todos los días la libertad que se construye con las aulas siempre abiertas, con oportunidades y empleos dignos, con seguridad y salud para todos.
Para terminar, quiero reconocer aquí, en el marco de esta celebración, la importante participación de las mujeres en la lucha por lograr nuestra independencia. Mucho se sabe de Josefa Ortiz de Domínguez, de Leona Vicario o Gertrudis Bocanegra.
Pero hoy debemos recordar a María Soto la Marina, quien ayudó a las tropas del general Javier Mina, a María Guadalupe, “La Rompedora”, que comunicaba información a los insurgentes, que los ayudaba a escapar de las persecuciones, a María Fermina de Rivera, a Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín o a la Güera Rodríguez, quien influyó en Iturbide para que consumara la Independencia. De ellas y otras muchas no ha sido valorado su papel ni redimensionada su importancia.
Debemos recordarlas por su arrojo, su valentía, sus ideales que no quedaron sólo en el discurso sino que los pusieron en práctica. Las mexicanas de estos tiempos deben saber que siempre han estado presentes en nuestra historia, que aunque no se ha recocido su importante participación, eso no significa que no trascendieron. En cada michoacana y en cada michoacano está el coraje y la valía para salir adelante, para trabajar y juntos cimentar el México por el que mujeres y hombres valientes lucharon hace 204 años.
Muchas gracias.